¡¿Cómo?! Que resulta que el cinturón de castidad ni es medieval, ni de castidad, «ni ná de ná». Que «emosido engañado».
Cinturón de castidad. ¿Existió o no existió ? Esa es la cuestión
¡¿Pero cómo no van a existir si yo los he visto hasta en los museos?!
Pues como os lo cuento, al igual que ya nos pasó con la historia de los vibradores y la histeria, todo apunta a que «emosido engañado» otra vez.
Aunque hayan estado expuestos en museos, todos los conozcamos o, por lo menos, hayamos oído hablar de ellos, parece que no existieron.
El cinturón de castidad, tal y como lo conocemos, como ese invento medieval, esa especie de braga/cepo de hierro que se cerraba a cal y canto y que usaban los caballeros para evitar las infidelidades de sus esposas mientras ellos luchaban en las Cruzadas, nunca existió.
Este objeto siempre ha estado en el punto de mira de los historiadores. No han sido pocos los que han puesto en duda su existencia, pero recientemente el historiador medieval Albrecht Classen despejó cualquier duda sobre los cinturones de castidad con su libro The Medieval Chastity Belt: A Myth-making Process. Y según él, son un mito que posteriormente se hizo realidad.
¡¿Qué?! ¿Y eso qué significa? Os cuento.
El mito
La Edad Media se suele ver como una etapa oscura, bárbara, algo asalvajá. Tanto que la idea de tener que llevar una braga-cepo de hierro para asegurar la castidad de las mujeres no chirría demasiado.
Sin embargo, Albrecht Classen explica que es un poco raro que el cinturón de castidad no aparezca en ningún escrito de la época, ni la mencione ningún autor especializado en las costumbres y entresijos sexuales como, por ejemplo, Boccaccio.
La primera vez que aparece en escena un cinturón de castidad es a principio del siglo XV en Bellifortis, un manual completamente ilustrado sobre artilugios militares.
¿Y qué pintaba ahí? Pues según Classen entre poco y nada. Era un simple chascarrillo para hacer más ameno el libro.
Sin ánimo de contradecir al profesor Classen, mi humilde opinión es que no era más que «otro invento» del autor de Bellifortis. ¿En qué me baso? En que después de echar un vistazo al libro hay algunas cosas que dices: ¡¿Pero esto qué es?! Mira, esto no hay por donde cogerlo. No tiene ni pies ni cabeza.
Sin embargo, sí que se menciona el concepto de cinturón o cinta de castidad en obras medievales de corte religioso, aunque eso sí, sólo de manera simbólica, no como un objeto en sí mismo.
Más allá de evidencias literarias, en lo que todo el mundo está más o menos de acuerdo es en que era físicamente imposible llevarlo puesto durante un tiempo prolongado y no morir en el intento.
Usar un cinturón de castidad de hierro que no te puedes quitar en una época en el que las condiciones higiénicas eran las que eran, significaba una condena a muerte. Parece que todos tenemos claro que una rozadura, una herida, una infección… producida por este instrumento supondría una muerte segura.
El mito se hace realidad
Como os decía hace un momento, la Edad Media se suele ver con un período oscuro y si esto es así, es en parte garcias a la campaña de desprestigio que se hizo de esta etapa durante el Renacimiento.
La gente del Renacimiento (etapa que empieza en el mismo Siglo XV) quiso poner tierra de por medio con sus «antepasados» medievales y demostrar que ellos eran mucho más cultos, avanzados y racionales que los de la Edad Media. Y la idea del cinturón de castidad se tomó como ejemplo de ello.
Por ello, en esta época sí que aparecen y se ilustran cinturones de castidad en distintas obras, pero todas satíricas.
Con el paso de los años y de los siglos, la bola se hizo más y más grande hasta el punto de que grandes ilustrados como Voltarie, dieron por bueno el mito. Y claro, si Voltarie lo decía, debía ser cierto.
Si a esto le añadimos que la campaña de desprestigio que se inició en el Renacimiento contra la Edad Media, no le llegaba ni a la suela de los zapatos a la que llevaron a cabo los ilustrados pues… no había más que hablar. Todo el mundo dio por hecho que los medievales eran unos «ceporros asalvajaos perdíos» que les ponían cepos a sus esposas para evitar infidelidades.
Mas yo un remedio sé, que si adoptais,
Extracto del cuento El candado. Cuentos y sátiras de Voltarie
No es fácil que mas cuernos ya tengais.
Ponedle un buen candado en el instante
En la parte que da a vuestra consorte,
Y la llave guardad muy vigilante,
Que esto la obligará a que se reporte.
Nunca satisfaccer podrá a su amante.
Siglo XIX
Ahora agarraos porque vienen curvas. Y es que en un giro muy loco de los acontecimientos y de la historia se da cuando en el siglo XIX los cinturones de castidad, tal y como los conocemos, se hacen realidad.
En este siglo se empiezan a fabricar cinturones de castidad que se venden a museos y coleccionistas para ser expuestos como antiguos artilugios medievales. Algo que, por otra parte, no suena muy descabellado teniendo en cuenta que crear falsificaciones para los museos era casi, casi, un deporte en el siglo XIX occidental.
Pero no solo se hicieron para saciar la curiosidad morbosa de la sociedad victoriana, algunas mujeres también los comenzaron a usar para, por ejemplo, evitar posibles violaciones mientras viajaban. Aunque eso sí, como versiones mucho más ligeritas y estilizadas que sus supuestos predecesores medievales. Que una era una mujer civilizada de principios del siglo XIX, no una medieval cualquiera.
Es decir, que los cinturones de castidad que conocemos en realidad fueron una (re)creación de las «ilustradas» mentes victorianas para demostrar a sus coetáneos lo retrasada y rotorcida que era la mentalidad medieval. Pero es que además, para rizar el rizo, resulta que las primeras mujeres que lo usaron como artilugios para salvaguardar la castidad no fueron las medievales, fueron las victorianas.
No sé si notáis la ironía de todo esto, pero a mí este tipo de giros históricos son los que me dan la vida. Son los que hacen que cada día ame más rebuscar en la historia.
Fuentes:
Curioso. Siempre pensé que si existieron de verdad. Y además se me venía a la mente lo anti-higiénico que deberían ser. Pero ya leo, ya..
Gracias y feliz semana!
Yo también pensé que existieron, de hecho los vi en un museo. Pero parece que, una vez más, hemos sido engañados.
Gracias por la visita.
Feliz semana!