¿Habéis oído hablar alguna vez del delito de solicitación? Pues hubo un tiempo, espero que muy, muy lejano, donde las penitencias no se finiquitaban con unos cuantos padrenuestros o avemarías. Digamos que algunos sacerdotes solicitaban una penitencia algo más carnal y no tan espiritual…
No sé si sois muy de ir a misa o no. Pero imagino que los conceptos básicos los manejáis. Por una parte sabréis que un sacerdote católico tiene que ser célibe. Es decir, no puede casarse con una mujer ni mantener relaciones sexuales con mujeres (no hombres) ya que su vida debe consagrarse a Dios.
Por otro lado, supongo que alguna vez habréis visto un confesionario en alguna iglesia. Es ese habitáculo que suele estar en algún lateral o en alguna zona apartada de la iglesia donde se practica el sacramento de la penitencia o reconciliación. Vamos, la confesión del penitente. Donde uno suelta todos sus pecados y Dios le perdona a través de la penitencia que le impone el sacerdote de turno.
Con estos dos datos, ¿ya os vais haciendo una idea sobre lo que era el delito de solicitación?
Delito de solicitación
Efectivamente, este delito consistía en que los religiosos aprovechaban la vulnerabilidad de los penitentes, en este caso las feligresas, durante el acto de la confesión para pedirles (solicitarles) actos deshonestos. Estos actos podían ser gestos o palabras lascivas, tocamientos o, directamente, relaciones sexuales.
Hablamos de feligresas, de mujeres, porque eran (y son) la mayoría de su público en general y su objetivo principal en particular.
En concreto, el Derecho Canónico, (¡Oh, sí! este delito sigue estando en vigor) lo define en su Canon 1387 como:
El sacerdote que, durante la confesión, o con ocasión o pretexto de la misma, solicita al penitente a un pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo, debe ser castigado, según la gravedad del delito, con suspensión, prohibiciones o privaciones; y, en los casos más graves, debe ser expulsado del estado clerical.
Muchas mujeres cumplían estas penitencias por el miedo al chantaje. Te absuelvo de todos tus pecados si me dejas que te meta mano y/o no te perdono si no me dejas. Eso por no mencionar que como conocedor de todas tus intimidades, existía la posibilidad de que tu confesor las fuese aireando a cualquiera. Que sí, que eso no lo podían hacer por el secreto de confesión, pero tampoco te podían pedir que se la chupases y lo hacían. Así que…
Confesionarios bajo sospecha
No me digáis que nunca se os ha cruzado un mal pensamiento sobre lo que se podría hacer o podría ocurrir en esa cabina. ¿Nunca lo habéis visto con la «mirada sucia»? Si es así, no os sintáis culpables porque no sois ni los primero ni los únicos a los que les ha pasado. Es más, los confesionarios y el propio sacramento de la confesión siempre ha estado bajo el punto de mira y, visto lo visto, razones no les faltaban.
Antes de que se creasen los primero confesionarios, para confesarse, la feligresa se tenía que arrodillar ante el sacerdote. Y claro, esta postura daba mucho que hablar. Pero el problema ya no era que hubiese o no habladurías, es que realmente a muchos sacerdotes les hacía florecer ciertos deseos carnales… Así pues, decidieron ir introduciendo poco a poco barreras físicas entre feligresa y religioso con la idea de reducir tentaciones.
Pero nada, no hubo manera. Se ve que esa intimidad y confianza que se producía entre sacerdote y penitente aderezada con algunos de los más jugosos y lascivos pecados susurrados al oído bajo la tenue luz de la iglesia eran demasiada tentación para algunos religiosos.
Tanto se les fue de las manos este asunto que la Inquisición tuvo que intervenir.
Delito de solicitación e Inquisición
Eso sí, no os penséis que intervino para salvaguardar la integridad de las feligresas. Que va, ni mucho menos. Lo hizo para proteger la credibilidad de la Institución. Digamos que el sacramento de la confesión era su «buque insignia» frente a otras ramas del cristianismo, como el luteranismo, y lo tenían que defender con uñas y dientes. Así que todas las diligencias se centraban en aclarar si el delito se había cometido o no en el confesionario o durante el acto de confesión, no en lo que se hubiera hecho.
Daba igual el tipo de penitencia solicitada. No importaba si el delito se había limitado a unas palabras subidas de tono o si había habido penetración. Lo principal era situarlo lo más alejado posible del confesionario o de la confesión. De esta manera, ¡oye, qué casualidad! resulta que los abusos más graves siempre se cometían en las casas de las feligresas, mientras que en el confesionario todo se limitaba a algún tocamiento o simples palabras. Y encima, para más inri, estas denuncias no llegaban a nada porque con bastante frecuencia se concluía que esas palabras eran malinterpretaciones de las penitentes.
Testimonio de la solicitada en entredicho
Porque esa es otra. No es ya que no les importase la integridad de las mujeres, es que se cuestionaba su testimonio. Su declaración se valoraba en función de su condición. De esta manera, si la mujer que denunciaba era considerada decente y, como dirían en mi pueblo, de buena familia, su palabra se tenía en mejor consideración que si tenía fama de libertina. En esos casos se ponía en tela de juicio su denuncia.
Por eso que muchas veces este delito no se denunciaba porque al miedo o a las posibles presiones del religioso de turno, había que sumar la vergüenza de sentirse «juzgada». Vaya, ahora que lo pienso, parece que a pesar de los siglos hay cosas que no cambian…
Casos de delito de solicitación
Para terminar esta peculiar entrada de sexo divino lo vamos a hacer con lo que estabais esperando desde el principio. Con la carnaza, el morbo, la chicha. Con algunos casos de delitos de solicitación. Todos estos casos son extraídos del libro Sexo e Inquisión en España.
Antón Pareja
Pareja tiene el dudoso honor de protagonizar la primera causa de este tipo de delitos allá por 1530.
La denuncia surge tras una pelea con el cura titular de Ciempozuelos, localidad en la que Pareja era vicario. La riña se ve que le refrescó la memoria al bueno del cura y recordó que Antón tenía un hijo con una mujer llamada Catalina. Así que el cura convenció a Catalina para que denunciase a Pareja a la Inquisición y exigiese que le pagase una dote y le buscase un marido.
Durante el proceso otras dos mujeres le acusan de haberlas solicitado también. Él asumió los cargos negando, eso sí, que dichos actos se realizasen durante la confesión.
Fue condenado a privación perpetua de oír confesión a mujeres, una multa de 20.000 maravedís y a dos años de confinamiento en León.
Fray Matías Rodríguez
Este es un ejemplo de como algunos religiosos intentaban eludir el delito de solicitación y, a la vez, satisfacer sus deseos a través de la penitencia de la flagelación.
Matías después de interesarse por el vello púbico de su feligresa, una información crucial para entender el pecado que había cometido la chica: robarle unos huevos a su abuela, le impuso una penitencia de doce azotes.
Lorenzo Socías
Fue acusado porque, al parecer, tenía cierta fijación por los pecados de carácter sexual de sus penitentes. A una mujer le preguntó «por qué llevaba los pechos tan apretados» y acto seguido la desabrochó y la empezó a tocar los pechos. No contento con eso, siguió bajando a otras zonas en su proceso de liberalización.
Durante el proceso el pobre hombre tuvo algo de amnesia selectiva porque no recordaba estos hechos aunque tenía claro que, de haber ocurrido, jamás se realizarían durante la confesión. Aunque reconoció que quizá pasados unos días desde la confesión, a lo mejor, tal vez, puede que existiera la posibilidad de haber copulado con alguna feligresa.
Fray Francisco Despuig
A este franciscano una mujer le acusó de decirla, durante la confesión, que «la quería mucho y soñaba en ella y quería gozarla«. No contento con ello, le tocaba los pechos por encima de la ropa. A otra mujer le propuso que «le diera tres tragos de leche«.
¿Qué dijo en su defensa? Que era así de cariñoso para «obligarlas a que se confesasen con mayor libertad«.
Sin comentarios… Aunque eso sí, espero los vuestros para saber qué os ha parecido esta entrada.
Ya tuvieron que pedir perdón por los abusos cometidos desde hace siglos con menores de edad, pero si a eso le sumamos lo que bien relatas en tu artículo, la Iglesia Católica no es fiel ni a sí misma.
Vivir para ver…
Magnifico artículo, mejor no se puede decir.
Feliz semana, en casa, pero procura ser lo más feliz
Saludos
Carla Mila
No es ningún secreto y creo que todos sabemos que tienen más de una oveja descarriada dentro de su rebaño…
Muchas gracias. Espero que tú también lleves la cuarentena de la mejor manera posible.
Besicos.
Estupendo artículo!! Muy interesante todo lo que nos cuentas. 😉
Es algo así como el #MeToo actual, pero unos cuantos siglos atrás y con la Iglesia envuelta… Pues sí, tal como dices, hay cosas que parece que no cambian 🙁
Gracias por contarnos y muchos besos! 🙂
Gracias a ti por leerlo, como siempre.
Pues no lo había pensado, pero tienes toda la razón. Fue algo así como un #MeToo clerical.
Muchas gracias a ti por la visita.
Besicos.
Me sorprende esto, no me imaginaba que algunos sacerdotes se daban esa libertad de abusar de su poder eclesiástico. Lo que si te es cierto que uno siente esa incomodidad al confesarse ante un desconocido, cuando era creyente siempre me sentí así, quizás todos en nuestros genes llevamos esa desconfianza por algo así acontecido a nuestros antepasados.
Como nunca me he llegado a confesar, no puedo contar mi experiencia. Pero sí que entiendo que una persona se puede sentir vulnerable en esa situación porque le estás contando tus intimidades a un desconocido.
Este tipo de delitos no es que sea muy conocido, pero siempre ha existido gente (y existirá) que, por degracia, siempre quiera sacar provecho de su posición. Aunque es cierto que esto ocurre (y ocurrirá) dentro y fuera de la iglesia.
Gracias por la visita y por tu comentario Javier.
Besicos.